lunes, 16 de marzo de 2015

EL JUEGO

Me han entrado dos ases de mano, así que paso y dejo que hable el siguiente. Con esas cartas puedo cubrir o subir cualquier apuesta desde el principio. El siguiente hace un envite, que es subido por su compañero de al lado. Empiezo a calibrar las apuestas de los otros jugadores: la cantidad, el modo en que la hacen, sus gestos y movimientos, el historial en jugadas anteriores, los comentarios; comparo todo lo que hacen y han hecho, procesando todos los datos e intentar obtener una conclusión lo más acertada posible del juego que llevan. Una pareja, la mano del muerto, color... es un misterio y debe ser una certeza, porque con la siguiente carta en el reparto se aclaran mucho las cosas. Uno no va y el otro iguala la apuesta más alta, todos la igualamos finalmente. Me viene un dos. Paso. Un nuevo envite, igual que antes, de nuevo una subida y todos terminamos igualando la apuesta. Ahora, después que nos hemos analizado unos a otros (porque todos lo hacemos cuando estamos frente a frente), nos medimos por las fichas de nuestros montones, la caricia de los dedos sobre las cartas, ese gesto que no estamos seguros de recordar mientras buscamos un significado lógico al mismo, algo que nos ilumine sobre lo que hay detrás del dorso de cada carta. Sale otro dos, con lo que tengo una doble pareja y puedo seguir apostando, pero también sé que puede haber una pareja de doses entre los jugadores, o solo uno, con lo que mi doble pareja de ases doses, no sirve de nada. Es el momento de dejar de farolear. Hago una apuesta fuerte, quiero ver lo que lleva el resto. Los que igualen llevan juego y no quieren arriesgar; los que suban es que llevan algo gordo o van de farol. Uno se retira y dos igualan. La última carta es otro as. He ligado un full de ases doses, nadie puede tener un full mas alto, no hay posibilidades de ligar algo superior sobre la mesa, salvo un póquer de doses. Pienso que si lo hubiera entre los otros dos jugadores ya habría dado una muestra de su poder. Así que deposito un buen montón de fichas sobre el resto ya apostado, es un órdago que ambiciono secretamente suban para poder volver a envidar más. Cuando uno cree tener una jugada ganadora, o con una altísisma probabilidad de serlo, se dispara una fría ambición en la mente que se inunda de avaricia y codicia para desposeer al resto de jugadores de cuantas fichas tengan. Pero no envidan, tan solo igualan la apuesta. Creo que piensan que voy de farol y quieren comprobarlo, que llevan jugada y piensan dilucidarla entre ellos. Han pagado por ver mi full, así que vuelvo los dos ases boca arriba. Uno de ellos tira las cartas, mi jugada es mejor y empiezo a sentir el subidón de la victoria sin perder de vista las manos del otro en liza que, con suave delicadeza, las vuelve para mostrar dos doses de mierda que me hunden en la miseria, y aún tengo que darle las gracias por no haber subido la apuesta. 

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