jueves, 19 de marzo de 2015

AL ABRIGO DE LA OSCURIDAD.



No tengo claro a que fecha responde un cartel como el de la foto. Quizá a principio del siglo XX o el final del XIX. Se encuentra justo encima del pórtico de un pasaje tunelado en cuesta que lleva de la plaza Mayor a una calle trasera. Debió ser un lugar ideal para que los noctámbulos, borrachos y otras tristes almas de las que vagan en la noche, desahogaran vejiga o intestinos al amparo de aquella oscuridad tililante de sombras bailando sobre la medieval piedra. Tal vez un viejo hidalgo que se retira a sus aposentos tras pasar una noche de tertulia con el cura y el farmacéutico en la rebotica; o el mismo cura que se arremanga el traje talar para miccionar, en lo más oscuro del callejón, las sacrílegas ideas del boticario mezcladas con las copas de anís ingeridas entre Voltaire, Dios y el sabio Spinoza... Hace más de cien años pasaban estas cosas y otras de mayor renombre que hacían temblar los cimientos de la sociedad bienpensante, incluyendo fenómenos anómalos de evacuaciones de vientre liquidas y frecuentes. También hay que tener en cuenta la escasez de retretes de la época, así como lo poco extendido del material higiénico al uso. Algunos de nuestros antepasados que arriesgaban su peculio por dar satisfacción a los bajos instintos, sobrevivieron y tuvieron descendencia, sin seguir el consejo de Sileno al rey Midas cuando el último le preguntó que era lo mejor para el hombre, Sileno le respondió: Estirpe miserable de un día, hijos del azar y la fatiga (...), no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti, morir pronto. De todos modos saber de mitología griega no te libra de hacer el gamberro, como demuestra el comportamiento de ilustres creadores de la generación del 27 sobre la fachada de la Real Academia de la Lengua, antes de que la fama la pagasen cara. Por no hablar de las ocasiones en que un rey, un duque o príncipe de Roma se han visto en la necesidad de ser iguales a sus vasallos. Es bien sabido que donde más se conculcan las leyes es entre los poderosos; sin que haya código legal que lo impida ni hombre sin guillotina que se oponga.
Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que uno empieza a deslizarse cuesta abajo, ya no sabe dónde podrá detenerse. La ruina de muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron importancia en su momento.
Thomas de Quincey. Del asesinato como una de las bellas artes.


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