miércoles, 24 de febrero de 2016

CUIDADO CON LO QUE HABLAS



Un inasible y sutil aroma se infiltró en su pensamiento, evocando una tormenta de recuerdos olvidados...Mary Jane Morte. De su libro Los Olvidados (1967)
¿A quién le cuentas estas cosas? -Se refería a lo que se le dice a una persona de confianza, de mucha confianza durante una conversación. Una conversación íntima, donde los actores van desanudando sus pensamientos recónditos entre sorbo y sorbo; rebuscando en su interior las palabras, los gestos, el lenguaje más preciso adecuado a lo que se quiere expresar. 
A personas como tú, ¿a quién si no? Tiene que ser alguien que vea el mundo del mismo modo; entender y comprender ese punto de vista que sabes que no todos aceptan o si existe. -Bebe del vaso y lamenta que ya no se pueda fumar en los bares, con lo que le apetece ahora un cigarro. Ambos se observan con aprecio y curiosidad. El aprecio es necesario para que la curiosidad sea permitida, y debe ir en aumento a lo largo de la charla porque de ese modo se fomenta la atención, así como el interés en lo que transmitimos. Tal vez llegue un momento en el que una de las partes diga: no sé si contarte ésto, pero..., a veces no es necesario usar la coletilla, basta con decir con naturalidad éso que sabemos que sorprenderá. solo para comprobar que nos entendemos, que era una sorpresa esperada que abre un nuevo capítulo en la conversación, como si fuera una novela donde los personajes van tomando forma, adquieren esa carnalidad que nos toca para hacerse reales dentro del papel. Pero es de la vida que llamamos real de lo que se habla, y en toda esta lógica las emociones no dejan de estar presentes, jugando su baza a pesar de los contendientes, moldeando lo que mostramos hablando para hacernos más transparentes. Es un endiablo juego en el que las apuestas son elevadas, en el que nadie tiene porque perder. No siempre es así.

jueves, 18 de febrero de 2016

UN INSTANTE DE SILENCIO



Me sentía como Robert Redford en Las aventuras de Jeremiah Johnson o Leonardo DiCarpio en El renacido. Al comienzo del paseo -he ido por donde fuimos en nuestra primera cita-, había bastante gente: unos que iniciaban el paseo, otros que volvían y los que estaban en distintos sitios, con niños o sin ellos, jugando con la nieve, tirándose con trineos por las cuestas, haciéndose fotos, con perros, comiendo un bocadillo...; pero pasados un par de kilómetros ya no he encontrado a nadie, salvo a otro como yo que volvía del collado, al menos de esa dirección venía. De cuando en cuando el Sol se dejaba ver y la nieve refulgía con diminutos brillantes. Sentía y oía el crujido de la nieve bajo mis pies, el jadeo de mi respiración, el sonido de los bastones al clavarse en la nieve, el crujir del hielo y los incipientes arroyos (¿recuerdas que estaban secos cuando estuvimos?), rumorear pendiente abajo.No había viento, por lo que, al parar para descansar, se percibía un gran silencio, una quietud irreal, una soledad que se toca con los sentidos. Un alivio. Uno no puede pensar con continuidad, la belleza del paisaje es tan profunda, llega tan lejos que, te absorbe las emociones y los sentimientos. Todo es belleza, de cuando en cuando cruzada por la majestuosa línea negra del vuelo del cuervo y el resonar de su graznido. Por un momento he pensado que todos habíamos muerto, yo incluido. Si, estaba ahí, entre pinos y rodeado de nieve, solo y asombrado, sabía que estaba muerto. Lo supe cuando dejé de ver personas aunque no me di por enterado, porque lo que me interesaba de verdad era el camino, subir al llano para encontrar un lugar en el que comer un poco y fumar un cigarrillo. Luego, volver por el mismo sendero, para de ese modo ver la vida del revés, en un rebobinado imperfecto, donde siempre dejas algo detrás, hasta que de nuevo aparecen las gentes que aún no saben que están muertas, y uno, que ya se sabe muerto, se sorprende de que parezcan tan vivos.