martes, 31 de marzo de 2015

BORDERLINE


Todos tenemos un límite que se encuentra más allá de lo que nosotros pensamos. Muchos nunca llegarán a encontrarlo, o no se atreverán a alcanzarlo cuando se encuentren frente a frente con él. Se quedarán mirando y dudando para finalmente darse la vuelta. El límite de un montañero tal vez se encuentre en la cima del Everest o en los catorce ocho mil de la cordillera del Himalaya. El de un albañil en colocar la hilada perfecta de ladrillos u obtener el título de arquitecto. El límite se haya en lo pequeño y lo grande, en nuestra visión de las cosas según nuestra percepción y experiencia vital. Se encuentra en llegar y volver para contarlo, siendo esto último lo único importante ya que no siempre hay otros que quieran, puedan o sepan hacerlo.
Antes de entrar en el cine en un día ventoso y frío de la semana pasada, entré en un starbucks a tomar un café en taza pequeña, que es una especie de orinal para niños. Busqué entre los clientes alguna taza grande, pero solo vi sesentones y jovencitos con sus iphone, portátiles y auriculares en las orejas. Nada que se parezca al chiringo de comida oriental de Blade Runner donde espera Rick Deckard su turno bajo una lluvia de canalones rotos, se sienta ante el mostrador para comer sus fideos y llega Gaff para terminar de aguarle la comida mientras le pide, en intirlingua, que le acompañe. Una mezcla rara, posmoderna, ésta de las cafeterías con tazas como orinales y clientes ausentes en su mundo virtual, hipster y un tanto anodino, donde los replicantes solo son un sueño más allá de Orión y las vidas acaban y empiezan al cerrar la tapa del ordenador. 

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