lunes, 4 de abril de 2016

TRAS LA PUERTA


Un autor, a veces, debe transformar la realidad en ficción, porque si no la primera sería opresiva y casi con toda seguridad increíble para el lector. Hace algún tiempo, tras esa puerta de desvaído azul carcomida por el salitre y el viento, ocurrió un suceso que pasó desapercibido para el resto del mundo y que cambió para siempre la vida de sus protagonistas.
Una mujer y un hombre, sus nombres no vienen al caso -incluso puede que ya hayan muerto-, vivieron lo que unos pocos conocieron como el "incidente de las Salinas". Ella era un personaje de la realeza harta de los devaneos de su esposo un día coronado; él, un hombretón que pasaba sus días bajo el Sol y el viento del Mediterráneo, de cocedero en cocedero, amontonando sal para su amo desde finales de marzo a octubre, los meses propicios para ello. Ella realizaba un viaje privado por aquel rincón perdido del reino y olvidado de todos, salvo para algún poeta que ensangrentó su obra con una boda terrible. Navegaba su alteza por las salubres aguas en su cóncava nave, cual aquea raptada por la mitología, cuando el motor se paró sin explicación aparente. No había radio a bordo, ni esquife para salir del apuro, así que, a grandes voces y moviendo sus brazos como quijotesco molino de viento, uno de los marineros solicitó ayuda a un hombre que desde la costa miraba el barco, o tal vez mucho más allá del horizonte. Él, el salinero alto y fornido, curtido y de poderosos brazos, entendió el mensaje. Aquella gente estaba a la deriva. Se subió a una barca y remó hasta el barco. Cuando llegó a la borda le explicaron que la atildada señora que iba a bordo era persona de importancia y debía llevarla a la costa, también que avisará a las autoridades para que enviaran ayuda y pudieran remolcar la nave averiada a puerto seguro. Todo se cumplió a pedir de boca (disculpe el lector el lenguaje anticuado). La señora fue invitada a pasar tras la puerta azul y resguardarse del viento y el Sol. Se le ofreció café, agua, y aceptó. Nuestro salinero corrió raudo a la oficina y allí explicó el suceso, tomándose las medidas pertinentes y volviendo él a la casa. Lo que viene a continuación puede ser leyenda o puede ser verdad. Nadie entró o salió de la casa hasta que se presentó una pareja de agentes de la ley buscando a la invitada, con mucho protocolo y cuidadosos modales, horas después. Meses más tarde, los razonables, la mujer alumbraba un vástago entre grandes titulares. La vida continuó su curso entre montañas de sal, olvidada y áspera. Un día el salinero desapareció para siempre. Se cuenta que alguien lo reconoció, muchos años después, deambulando por la capital del reino, pero yo no creo que sea verdad. Pienso que navegó en el mismo barco con el que salvó a la dama, y remó más allá del horizonte y de la impudicia de los hombres.

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