jueves, 9 de abril de 2015

LA REALIDAD DE LOS SUEÑOS




Una especie de mancuerna en lo alto de una estructura de hierro de las que se utilizaban antes en los parques infantiles. Una fábrica sucia y vieja, donde trabajaban gentes que creía conocer y que luego no sabía quienes eran. Los rasgos de los rostros eran reconocibles, su trato amable, sin embargo no lograba poner nombre a las caras. Hay un chalet adosado, pero también es una casa independiente. Puede entrar y husmear aunque esta habitada, pero al mismo tiempo tiene que ser cauteloso. Tiene ganas de llorar, unas irresistible necesidad de hacerlo. Pregunta a unos y otros sin que nadie sepa darle razón, aunque hay una evidente cordialidad en las respuestas. Deambula arriba y abajo por la población, errático, triste.
Una desazón, indefinida y en apariencia sin sentido, se apodera de su mente. Es todo tan real, tan vívido, que parece un sueño. Pero está muerta. Lo supo nada más llegar, al ver los objetos inánimes, grises; sobre todo cuando subió a la estructura infantil  y comprobó que la absurda mancuerna que lo coronaba se desprendió oxidada en sus manos.
Coleccionamos recuerdos e instantes de lo vivido, incluso de lo imaginado, con la profusa imperfección de un sistema neuronal regido por las emociones y los sentimientos. En ocasiones, al despertar, nos sobreviene el vago recuerdo del último sueño que vuelve más real, si cabe, el final del soliloquio de Segismundo: 
"...Yo sueño que estoy aquí 
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son".

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