jueves, 25 de diciembre de 2014

YA ES TARDE



Tengo muchos nombres, todos los que me da la gana. Siempre quise ser otros, no algún otro, no. Otros, en plural, pero de uno en uno. Por qué. Te contestaré con la respuesta de hoy, de este momento, la que siento y surge de las emociones que, ¡oh casualidad!: salen todas de mi mente y que, ahora mismo, también controlo. 
Ya sabíamos los dos, antes de conocernos, que las casualidades se repiten en el tiempo aunque no exactamente del mismo modo que la vez anterior. Si, no me refiero a las casualidades que te incriminan en algún acto, aunque no sea delito, sino a las casualidades que se dan en el devenir del tiempo. 
Como en la canción de Sinatra he sido otro a los diecisiete, veinticinco, cuarenta..., así hasta el instante de hoy (el tiempo, siempre el tiempo) que hace viejo todo cuanto pasa. Cuántos somos no lo sé, pero ellas y ellos forman parte de lo que vivimos. Nos cruzamos sin vernos en lugares lejanos y nos encontramos tiempo después, por casualidad, para presentir que somos lo que hemos buscado, en los ojos del otro. En esa mirada nos reconocemos sin ambages, profundamente, entregándonos sin miedo al escrutinio del otro para permitir el examen de los sentimientos, lo que piensa. 
También es feroz, implacable, capaz de analizar el más nimio de los detalles y llegar a una conclusión general y, aunque suene arrogante, los que sabemos que nos sabemos, lo aceptamos porque reconocemos la enorme inversión de inteligencia que supone acertar con tan poco margen de error.
Somos tan buenos, tan guapos, tan bellos, tan hermosos y sublimes; vulgares y groseros, exquisitos y elegantes que lo imperfecto es excelencia, siendo tanta la última que al final todo es belleza. 
Ahora soy éste, y llevo y guardo dentro de mi todos los que fui. Ninguno igual al anterior, todos distintos, cada vez más imperfecto y mejor. Hasta que caiga el maquillaje.

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