Siempre he gustado del voyeurismo accidental con su toque inocente. Un rostro interesante entre la aglomeración callejera; una ventana o una puerta inesperadas y el interior que nos desvela la cotidianidad y el secreto de las cosas.
Me imagino a los habitantes cogiendo el molinillo de café de la repisa por las mañanas, o al anciano sentándose en su butaca de mimbre abriendo el estuche de las gafas, colocarlas con cuidado sobre su nariz y echar mano al mando a distancia de la televisión, esperando que la pequeña silla de plástico del fondo la ocupe el nieto o la nieta.
También dan ganas de tirar de la cuerda y bajar el telón. Hay demasiados curiosos sin escrúpulos.
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