La religión juega con el destino de los seres humanos, suponiendo que el destino exista, como el casino lo hace con los jugadores que acuden a jugar a la ruleta: negro/rojo, pares/impares. Lo que la religión no quiere saber, o si lo sabe no le interesa que lo sepan sus acólitos, es que existe la Ley de la Termodinámica, y dentro de esa Ley una magnitud que se llama entropía que indica el grado de desorden de un sistema; o también la medida de incertidumbre existente ante un conjunto de mensajes del que se va a recibir uno solo. Todo ésto, claro está, es referido a la materia, al fin y al cabo es lo que somos: polvo eres y en polvo te convertirás.
Como dijo el abate del cuento del conde de Villiers de I'Isle-Adam titulado El secreto de la Iglesia cuando pierde la partida de cartas que esta jugando: -¿El secreto de la Iglesia?... Es... que no hay purgatorio-.
Y así pasamos los días la mar de bien, entre El diablo en la botella y La isla del tesoro.
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